Ser médium es una capacidad sensible, la de conectar con el mundo espiritual, convirtiéndonos en un puente entre las almas y la realidad material.

Las personas médiums somos seres comunes que, sin querer o queriendo, accedimos a capacidades perceptivas que nos permiten comunicarnos con el más allá. Podemos ver las almas y seres de la dimensión espiritual; podemos sentir su presencia y escuchar sus mensajes. Somos la conexión entre los dos mundos: el físico y el psíquico. Esta capacidad nos permite muchas formas de entrar en contacto con los espíritus. Me gustaría aclarar que no me refiero a “personas fallecidas” cuando hablo de espíritus, sino que también nos comunicamos con espíritus superiores, seres multidimensionales que por distintas razones nos asisten en este mundo terrenal.
La razón o sentido de esta capacidad pertenece a nuestra condición de espíritus. Podemos acceder a los contactos porque somos lo mismo. Somos seres espirituales viviendo una experiencia física. Creo que todos tenemos esta capacidad, es natural, aunque no todos tengamos que desarrollarla o ponerla al servicio de la humanidad.
En los años que llevo compartiendo mi labor sensible, fui testigo de muchísimas historias diferentes de personas de mundos totalmente diversos. Fueron llegando profesionales de todas las áreas, ateos, escépticos, sorprendidas y sorprendidos porque, de un dia a otro, algo comenzaba a sucederles; y también angustiadas o angustiados por llevar en silencio estas experiencias que no habían buscado y en las que no creían pero que, sin embargo, repetida o esporádicamente les sucedían.
No podemos escapar de lo que somos, pero sí podemos sumergirnos en la experiencia de descubrir para qué nos suceden estas manifestaciones.
Ser Médium no es un don divino. Es una capacidad orgánica, es un talento humano del que podemos hacer uso y servicio para ayudarnos en la exportación del gran misterio que es la vida y acompañarnos en el duelo que trae la muerte.